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martes, 1 de noviembre de 2011

De cuando me visito John Locke

Dice la frase que yerba mala nunca muere, y por esas cosas de la vida últimamente estoy dispuesto a verificar la veracidad de cada frase.

Consecuencia de múltiples variables (un largo día de laburo, varias noches de insomnio, un almuerzo ligero, unas cervezas en el estomago), ayer en la noche sentí dos cosas a la vez a las que no estoy acostumbrado: sueño y hambre. Cierta confusión me genero tal cuestión, por lo que al llegar a mi casa luego del paseo ya casi habitual, no sabía si cocinarme algo o acostarme de una vez. Al no poder hacer las dos cosas a la vez me vi con la necesidad de realizarlas en un orden que pudiera cumplir con ambas, por lo que decidí primero comer, después dormir.

Quien conoce la cocina de mi viejo sabe que no es un lugar donde se encuentre mucha comida ni muchas herramientas que ayuden a su elaboración. Por lo que la decisión fue simple, los solitarios panchos que descansaban en la heladera parecían ser las victimas perfectas de la aventura nocturna. Herví el agua, la puse en la olla, sumergí a la presa escogida. Solo quedaba esperar, y a eso fui al cuarto de la computadora.

Dudo que mi viejo crea en el feng-shui o apoye cualquier postura de decoración de ambientes, pero hay que decir que la cama que decidió poner enfrente a la pc esta en una posición ideal. No se si por el alcohol o que, sentí que me llamaba. Me arrime a ella a ver si escuchaba lo que me decía pero no la escuche decir más nada. Buscando establecer una mejor comunicación me recosté y puse mi oreja encima suyo... y allí quede

No tengo muchos recuerdos de lo que me dijo, no fue claro lo que quiso comunicarme, pero nuestra conexión duro un tiempo prolongado. Las historias de camionetas, de triunfos deportivos, de asesinatos o de diálogos de poca coherencia que suele contarme no se presentaron, quizá porque no quería contármelas esta vez, o quizá por el extraño olor que se aparecía cuando se empezaban a dibujar las imágenes.

Abrí los ojos extrañado por ese olor que ya inundaba mis fosas nasales. El revuelto del estomago, la incomoda posición en la que estaba acostado y el dolor de cabeza me generaban desconcierto pero poco a poco pude visualizar bien lo que pasaba. El humo negro, cual John Locke, tomaba forma amenazante cercano al techo.

Ni la corrida a la cocina, ni depositar la olla con los pedazos de carbón (restos de las perfectas victimas) en agua pudieron remediar el asunto... Ventana abierta, puerta abierta, largos momentos de toser sentado en la vereda...

Y hoy ya no queda nada de ella, no hubo forma de recuperar la situación. Aquella querida y particular compañera, que tantas veces se inquieto por mi y por mi hambre, desapareció por esa confusión causada por la mezcla de necesidades. Sin más, solo queda dejarle estas tristes lineas en su homenaje y decir que no la olvidare tan fácil. Fire, walk with me, con la olla no...